SAN FRANCISCO DESPIERTA EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD ~ Revista SRF, NOVIEMBRE 1951

«San Francisco despierta el espíritu de la Navidad” ~ Revista SRF, noviembre de 1951

Fue en el año 1223 cuando San Francisco se encontraba en Greccio donde uno de sus más devotos seguidores, Messer Giovanni Vellita, le había concedido en concesión un terreno montañoso, rocoso y boscoso, situado en las afueras de la ciudad. El terreno debía servir de ermita para San Francisco y sus seguidores.

Un día de ese año San Francisco mandó llamar a Messer Vellita y le dijo: “Quiero celebrar contigo la Nochebuena. ¡Escucha la idea que se me ha ocurrido! En el bosque cerca de nuestra ermita hay una gruta entre las rocas; allí levantarás un establo lleno de heno y cuidarás que esté presente un burro y un buey. Quiero al menos una vez celebrar solemnemente la venida del Señor y ver con mis propios ojos cuán pobre y humilde quiso ser cuando nació por amor a nosotros”.

Messer Vellita preparó todo según los deseos de San Francisco. Hacia la víspera de Navidad comenzaron a reunirse en la gruta muchos hermanos y con ellos venían grandes grupos de campesinos de los campos vecinos. Sobre el Pesebre se instaló un altar y en este lugar tan inusual se celebró una Misa.

Se cuenta que mientras presenciaba la hermosa ceremonia, Messer Giovanni Vellita miró fijamente la maqueta sin vida del Infante en el Pesebre, pero que en cuanto San Francisco se acercó para tomarlo tiernamente en sus brazos, Vellita vio al Infante, despierto y sonriente, acariciar con Sus diminutas manos las barbudas mejillas del Santo. La revelación, según Messer Vellita, era fácil de explicar, pues Jesús llevaba mucho tiempo muerto —o al menos dormido— en el corazón de muchos cristianos, y sólo a través de las obras y ejemplos de san Francisco, el Señor estaba entrando de nuevo en la vida de la gente.

La tradición del pesebre se mantiene hasta el día de hoy en muchas partes del mundo. Siempre hay una pequeña guardería en la capilla de la sede de SRF durante la temporada navideña.

Árbol de San Francisco, SRF Encinitas Gardens

Es interesante notar que Paramhansa Yogananda recibió el hermoso poema, “¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!” * a través de una visión de San Francisco.

NOVIEMBRE, 1951 Revista Autorrealización

Otra versión de San Buenaventura (discípulo de San Francisco)

Tres años antes de su muerte se dispuso Francisco a celebrar en el castro de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles.

Mas para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña novedad, pidió antes licencia al sumo pontífice; y, habiéndola obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno.

Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne.

El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y amor-, lo llama «Niño de Bethlehem».

Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño.

Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no sólo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su santa oración.

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