HISTORIAS SOBRE DURGA MA – DEVOTO SEBASTIAN

SRI DURGA MATA

“Las escrituras de la India dicen que cuando un Maestro viene a este mundo con una misión ordenada por Dios para la elevación de la humanidad, trae consigo discípulos avanzados de encarnaciones pasadas para ayudarlo en su trabajo. Así sucede con estos discípulos cercanos que me rodean: ya los conocía antes. . .”

Paramahansa Yogananda

“Sebastián fue uno de esos grandes yoguis que fallecieron sin que se notara mucho su presencia…

Pasó mucho tiempo con DURGA MATA. y alcanzó estados muy profundos de conciencia más tarde en la vida.

Dejó su cuerpo en su casa de Tucson.

Hay un par de historias muy interesantes aquí (de las que ahora sólo se muestra una)

Estaría feliz de que esto se transmitiera a cualquier persona interesada «.

(recibido en una lista de correo electrónico de devotos)

EL ENCUENTRO

Hace muchos años (en 1959) cuando llegué a Los Ángeles procedente de Washington D.C., iba regularmente al templo de Self-Realization Fellowship en Sunset Boulevard en Hollywood. Era mi hogar espiritual, porque allí sentía la Luz que no sólo moraba allí, sino que también dejaba sus vibraciones para los devotos que iban al templo y que fueran inspirados.

Pronto llegó un momento en el que se desarrolló en mí una actitud de querer saber más. No era suficiente para mí saber sólo sobre el Maestro (intelectualmente), quería conocerlo directamente, y no sabía cómo resolver este problema.

Obviamente yo no iba lo suficientemente profundo en mis meditaciones y aunque conocía las técnicas, no conocía a Dios y al Gurú de una forma intima.

Había una hermosa pintura de una foto del Maestro en el escenario que posteriormente quitaron y la llevaron a la pequeña capilla lateral. Yo siempre iba allí y permanecía de pie frente al cuadro, orando al Maestro. Una tarde particular fui al Templo con un propósito decidido. Le iba a pedir al Maestro que me instruyera directamente.

El pequeño templo estaba vacío cuando entré y respetuosamente me dirigí hacia la fotografía y al llegar ante ella le hice un pronam y comencé a orar para obtener una solución a mi problema. Gurují, comencé a decirle: Este es mi problema y no sé cómo resolverlo: ¿Cuándo es mi voluntad, mi voluntad, y cuándo es Tu voluntad? Te ruego me lo digas. Se lo he preguntado a otros y no han sabido instruirme con claridad. Por favor, dame a alguien o enséñame tu mismo en visiones. Dije esto pensando en la forma en la que él había pedido un gurú y cómo la Madre Divina le dijo que su Maestro iba a llegar ese mismo día (Autobiografía capítulo 10).

Mientras estaba allí orando, oí detrás de mí un movimiento entre los bancos de la iglesia, me volví, y allí estaba una monja de SRF (no había tomado los votos pues todavía no llevaba la túnica naranja) y me acerqué a ella. ¿Trabaja usted aquí? Le pregunté.

“Sí”, contestó amablemente. Entonces quizás usted pueda decirme cuándo mi voluntad es mi voluntad y cuándo es la voluntad de Dios.

“No lo sé”, contestó humildemente, “pero conozco a alguien que puede responder a sus preguntas. Espere un poco, por favor. Voy a ir a llamarla”.

Cuando volvió, poco después, me dijo que le habían dado permiso para facilitarme el teléfono de Sri Durga Mata, que era una discípula del Maestro desde hacía mucho tiempo, y que aceptaba verme.

Muy agradecido, me dirigí al teléfono (no había móviles entonces) y llamé a Durga Ma, como se la conocía generalmente, y pude verla el mismo día siguiente.

El Maestro Yogananda había contestado mi oración tan rápidamente como la Madre Divina le había contestado a él al pedirle un Gurú viviente.

La tarde siguiente subí a Mt. Washington, y tuve mi primera entrevista con esta diminuta dama de unos 153 cm., comparada con mis 188 cm. de altura. Ella me deslumbró bastante con su cabello gris plateado, su hermosa y fascinante sonrisa y esos oscuros ojos penetrantes que te miraban directamente al alma. Incluso hasta este día, el rasgo que más destacaba sobre todos los demás, para mí, era sus luminosos y penetrantes ojos que parecían leer las más ocultas páginas de los misterios de mi alma.

De ahí en adelante vi a Ma con regularidad, una o dos veces por semana. Era muy generosa con su tiempo y contestaba todas mis preguntas graciosamente, y eso que algunas eran muy tontas. Ella decía, contestando a mis alocadas preguntas cuando se las hacía: “No hay preguntas tontas, si buscas sinceramente una respuesta. Si aprendes de las respuestas, es que en verdad eran sabias».

Fui muy privilegiado, no sólo por poder verla con regularidad, sino por poder llamarla por teléfono en cualquier momento y conocer cosas que mi corazón ansiaba conocer.

Hay un momento específico que recuerdo con especial claridad y gratitud. Estábamos sentados en su apartamento en el Centro Madre, en Mt. Washington. Ella había ido a su habitación privada y trajo una cajita que contenía cabello del Gurú.

Durga Ma solía peinar su cabello (el del Maestro) y guardaba cada uno de los que se caían. Así que tenía muchos de ellos. Se sentó, abrió la cajita sobre su regazo y me la mostró. Entonces yo le pregunté si podía poner mis manos sobre ellos y tocarlos. Ella me permitió hacerlo… y cuando mis manos muy suavemente, y con el mayor respeto, tocaron el cabello del Maestro, tanto Ma como yo sentimos la asombrosa presencia de Paramahansa Yogananda, como si estuviera allí en carne y hueso. Fue un momento de silencio electrificante. ¿Qué podíamos decir? Él estaba tan tangiblemente presente como lo estábamos nosotros. Fue entonces cuando comencé a sentir la realidad personal del Maestro. Esto era un conocimiento directo y no indirecto.

Por aquel tiempo ella me dio una hebra de su cabello y un trozo de tela de la túnica que él solía llevar, los cuales guardo con mis pétalos de Kriya hasta hoy.

Nunca perdí mi respeto por Ma y me hice cada vez más intimo con ella, sin que ello llevara a algún tipo de familiaridad. Ella tenía una voluntad de hierro, como yo nunca he visto en otra persona, ya fuera hombre o mujer, y nunca hubiera tolerado intimidades y familiaridades tontas.

Ciertamente ella tenía una fuerza de voluntad que realmente me asombraba. Era alegre, pero nunca alocada. Sin embargo, se reía mucho de mí y mis tonterías, o las de la raza humana. Era una persona muy feliz y una vez me dijo: “Los santos se ríen mucho de las tonterías de la gente que sufre tanto de forma tan innecesaria”.

Lo que más me asombraba de ella era (incluso después de más de 34 años de conocerla) que nunca la oí jactarse de sí misma, ni regodearse por su intimidad con el Maestro. Era humilde y muy reservada, pero a la vez sabía la verdad sobre si misma y aquellos que la rodeaban. Atribuía todo lo que hizo a ser un recipiente vacío o una cáscara vacía, porque nunca pensó de sí misma como el hacedor, mas por el contrario atribuía todo al Gurú. Él era el hacedor y ella la cascara vacía.

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