HISTORIAS DE DAYA MATAJI – SÓLO AMOR – HERMANO DEVANANDA

El hermano Devananda contó algunas historias de sus experiencias como joven monje, cuando ingresó al Ashram, poco después de asistir a su primera convocación en 1970. Daya Mata dio la charla inaugural en ese momento, y él experimentó el abrumador sentimiento que transmitía Ma de que la necesidad principal para encontrar a Dios era el amor. Era el mismo tipo de sentimiento que tenía por el Maestro. Así que decidió en ese momento convertirse en monje.

Ahora bien, a él se habría podido etiquetar como «el que menos probabilidades tenía de tener éxito» (para entrar en el ashram) en ese momento, pero en aquellos días se necesitaba mano de obra, y siempre que alguien fuera fuerte y tuviera brazos y piernas, lo más probable es que lo aceptaran. Los cerebros eran opcionales (nota: ¡debéis entender que el hermano Devananda bromea mucho!)

Se enteró de la Meditación de Navidad de todo el día y el primer pensamiento que le vino fue: ¿tengo que asistir a eso? No era opcional para los monásticos, y estaba aterrorizado con la idea de una meditación tan larga. Oró fervientemente: “Dios, debes ayudarme”.

Ma dirigió la meditación, y aproximadamente una hora después, escuchó que Ma estaba hablando, conversando con alguien … con Dios, con la Madre Divina, de la manera más íntima y personal. Después de eso, ella vio a Jesús y le habló, y las vibraciones en toda la habitación se elevaron. Después de eso, todo cambió. Supo que allí había un ejemplo de alguien que había aprendido a construir una relación con lo Divino.

Mientras todavía era una joven devota, Ma estaba a cargo de limpiar el baño en el tercer piso. Y cuando se convirtió en presidente, insistió en continuar con ese deber durante mucho tiempo. No vio ninguna razón para no continuar con esa tarea hasta que se volvió físicamente demasiado difícil para su cuerpo.

Ma se reunía regularmente con los monásticos, era como su madre exhortándolos: deben llevarse bien unos con otros, deben ser serviciales, deben meditar más.

El Hermano comenzó pronto a liderar el canto, y en meditación grupal todos estaban allí, Ma, la Junta de Directores, los devotos. Ma siempre marcaba el ritmo: cuando comenzaba a palmear la velocidad de los cantores trataba de acompasarse, y a veces era casi increíblemente rápido, los platillos tenían dificultades para ir tan rápido, hasta que de repente alcanzaban el ritmo correcto, el hermano rezó para que disminuyera la velocidad, pero ella seguía y seguía, hasta que de repente Ma se detuvo. Toda la sala se elevó a un estado de prathyahara (interiorización). A partir de entonces, el resto del tiempo pasó volando.

Ma también era disciplinaria. Hubo un monje que sintió que podía tener más familiaridad con Ma, ya que trabajaban juntos. Ma se detuvo y solo lo miró. Por largo tiempo. Sin decir nada, el hombre se encogió y nunca más volvió a suceder.

Antes de partir para su largo viaje a la India, Ma se dirigió a todos ellos extensamente, exhortándolos una y otra vez a cooperar, llevarse bien, ser serviciales, meditar más, hasta que todos se sintieron entusiasmados. Ella pidió que todos se pusieran de pie, levantaran la mano derecha y repitieran después de ella: lo prometo, ante Dios y el Gurú, que meditaré durante 6 horas una vez a la semana.

Aquello fue una sorpresa, y para el hermano y la mayoría de los monjes esto parecía una tarea imposible. Habló con otro monje pidiéndole que meditara con él, luego se unieron más monjes y, finalmente, un grupo completo se reunió voluntariamente para una meditación de 6 horas. El Hermano siempre era el que conducía el canto. Al principio fue un desafío, pero después de un período el tiempo pareció fluir más rápido. Esta larga meditación se convirtió en el punto espiritual culminante de la semana, y a través de ello realmente aprendieron lo que significa meditar. Si nunca te esfuerzas más allá de tus límites, nunca llegarás a una meditación real.

Daya Mata fue en verdad una madre compasiva. El Hermano Devananda trabajó en el departamento de personal de los monjes, en estrecha colaboración con Ma, procesando solicitudes, atendiendo la correspondencia, etc. El Hermano. Anandamoy era su supervisor. Había un joven en el ashram que era un verdadero creador de conflictos, siempre sabía cómo pasar sus tareas a otra persona, y finalmente se fue. ¡Qué alivio! Pero un día, él y el Hermano Anandamoy recibieron una llamada de Ma; el joven quería regresar y Ma les preguntó: «¿Qué os parece?» Los dos sabíamos que no era más que un problema, y ​​realmente no lo queríamos de vuelta, pero Ma dijo: «Es un buen chico, ¿lo aceptaríais de vuelta por mí?» ¿Queréis justicia o compasión? Estábamos seguros de que Ma sabía que no iba a durar, y, de hecho, se fue por segunda vez un tiempo después.

A finales de la década de 1940, el Maestro estaba sentado con un grupo de invitados en la parte de arriba, dándoles un satsang. Escucharon a alguien cantando por el pasillo y resultó ser Ma. El Maestro sonrió y dijo: ahora estoy con invitados, estoy ocupado, así que ella se fue cantando de nuevo. Era como una vida en familia. Un santo también tiene un lado humano.

Los monjes tienen un refugio en la montaña donde pueden ir de vez en cuando; también hay otro edificio donde a veces iban Ma, Mrinalini Ma y Ananda Ma. Un día de invierno, todos habían ido allí, y ellas necesitaban ayuda con leña, quitar la nieve con las palas…, por lo que llamaron a los monjes que estaban en el retiro para que fueran a ver a Ma y pudieran darles ayuda. Pensaron: hagamos un pastel de queso y se lo llevamos, así que hornearon uno muy grande, enorme, se necesitaban casi dos brazos para equilibrarlo, y se lo llevaron. Ellos hicieron lo que se les había pedido, limpiaron con las palas, etc. Al terminar, encontraron a Daya Ma y Ananda Ma en la cocina, con sus delantales puestos, mientras procedían a cortar el pastel en trozos muy grandes para los monjes (¡eso nos gustó!) Y ella nos sirvió. Todos nos sentamos alrededor, la chimenea ardía y Ma compartió historias del Maestro. Sentimos un poco de tristeza por no haber conocido a nuestro Gurú en esta vida, y Ma dijo: «Bueno, muchachos, en su próxima vida, no echarán de menos al Maestro, estarán con él».

El Hermano luego leyó el libro de Ma Sólo amor, pág. 77, de la charla «Cómo elevar el nivel espiritual de la vida diaria»:

“Los problemas que se nos presentan cada día nos brindan la oportunidad de practicar la ecuanimidad. Así pues, en lugar de rechazarlos, irritarnos y dejarnos perturbar por ellos, o considerar que a causa de los mismos no estamos realizando progreso alguno, deberíamos darles la bienvenida. Recuerda que a menudo el devoto realiza el mayor progreso en la senda espiritual precisamente en los períodos en los que debe afrontar tremendos obstáculos, ya que estos le obligan a ejercitar al máximo sus “músculos espirituales”- la fortaleza interior, el valor y el pensar en forma positiva – con el objeto de resistir los ataques de las circunstancias negativas, el mal o la incomprensión. Nuestro crecimiento espiritual no siempre se produce durante los períodos en que todo se desarrolla de manera armoniosa”.

Al final de cada conversación administrativa, Ma siempre la volvía a Dios. Una vez un monje le preguntó: «Ma, cuando deje el cuerpo, ¿cómo será cuando me encuentre con el Maestro?» Ma se sentó en silencio durante mucho tiempo. Después ella respondió: “Serás como un poderoso guerrero, con heridas, cicatrices y una espada rota. El Gurú te verá y verá los esfuerzos que has hecho. Él abrirá sus brazos y tú caminarás directamente hacia ellos. Así será».

¡Jai Gurú! ¡Jai Ma!

 

El Hermano Devananda, de Hidden Valley, realizó una visita a Phoenix con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Daya Mataji. Charla dada el 2 de febrero de 2014 (tomado de las notas de los devotos)

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